El buen samaritano coge el autobus.
Bien esta es una de esa historia que admite un único calificativo. Increíble. Así pues considérense sobradamente disculpados todos aquellos que tengan a bien dudar de la veracidad del relato pues es realmente un atentado contra las leyes de la probabilidad
Nuestra historia comienza una mañana de sábado en la que tras levantarme tarde decidí comer a las 12 de la mañana para poder hacer la digestión antes del partido que tenia que jugar a las 4 de la tarde soy un hombre de costumbres y no comer justo antes de un partido es una de ellas.
Así que ahí me tienen comiendo tranquilamente un pequeño plato de pechugas empanadas (una vez desechada la conveniencia de colocarlas en un bocadillo) y pensando en lo que me apetecía una manzana como dulce epilogo para esta frugal comida. No obstante pensé que seria mejor llevarla conmigo y degustar aquella fruta causa de la perdición de Adán y por ende de la humanidad en la estación, mientras esperaba el autobús. Dado que el blog es visitado en exclusividad por gente que me conoce referirse a que soy mas bien despistado quizás sea un obviedad gratuita pero bueno nunca se sabe. En un acto que no puede calificarse como sorpresivo olvide la manzana y ahí estaba yo tratando de concentrarme en la lectura de Moby Dick y tratando de olvidar mi apetito de manzana cuando ocurrió algo que en un primer momento califique como broma del destino.
El asiento vecino al mío estaba ocupado por un hombre de unos 45-50 años de barba rizada y rojiza, ataviado camiseta de manga corta, pantalón corto y zapatillas deportivas, portaba una bolsa de plástico como la que te dan con la compra en casi cualquier supermercado. La vestimenta puede resultar extraña para tratarse del mes de febrero pero os garantizo que estamos hablando de uno de los días de febrero más calurosos que he conocido. No había arrancado todavía el autobús cuando escuche un sonido familiar proveniente de mi izquierda y al girarme no podía creer lo que mis ojos veían. El hombre había extraído de su bolsa una enrome manzana roja a la que daba generosos y sonoros mordiscos pasándose por el forro la prohibición de comer en el trasporte. Apenas podía creerlo no obstante preferí tomarlo con filosofía y disfrutar cuanto pudiera de la lectura abstrayéndome así del hambre. Bueno más bien del deseo.
Una vez acabo con ella mi vecino saco una bolsa con almendras y continuo con su inusitado almuerzo. Este fruto seco por el que tengo mucha afición desde que acompañaba a mi tío a la recogida en los campos de Sierra de Luna, me llevo a considerar la posibilidad de huir a otro asiento donde no tuviera que compartir semejante espectáculo. Y a esto estaba dándole yo vueltas cuando aquel buen hombre alargo hasta mi alcance un gran puñado de almendras acompañándolas de 2 sencillas palabras.
¿-Te gustan?
-Si. Muchas gracias-Conteste cogiendo 6 ó 7 almendras de las cerca de 2 docenas que tendría en la mano cuando fue interrumpido por el hombre que me sirvió todo su puñado sobre mis manos tras recibir de nuevo las gracias por mi parte el hombre repitió la operación con otro par de viajeros y menos acogida.
Pero lo mas raro estaba aun por llegar y es que apenas acabado el puñado de almendras el hombre requirió de nuevo mi atención lejos de las aventuras de Ismael con un:
-¿Quieres?
Y allí frente a mí y con la misma pinta excelente de la que había provocado mi envidia momentos antes, otra manzana
me era ofrecida por aquel buen samaritano.
Dile las gracias por enésima vez acepte su manzana y la comí con mucho gusto y una sonrisa de oreja a oreja dando por fin curso a mi anterior antojo.
Hubiera gustado no bien llegáramos a Ejea invitarle a un café rápido pero el hombre quedo en Tauste sin mas que un hasta luego tras querer saber si la manzana (comprada) y las almendras (Ecológicas y de su propia cosecha)habían sido de mi gusto. Tras tranquilizarle al respecto me quede pensativo en torno lo ocurrido.
Hay gente que encuentra en estas cosas excusas para creer en Dios. Yo encuentro excusas para creer en los hombres, en algunos al menos.